Diversos estudios han demostrado que toda pandemia biológica también conlleva una «pandemia emocional», y superado el período de mayor dificultad, tenemos que volver a reconstruir nuestras vidas, aunque nos demos cuenta de que no somos los mismos, algo ha cambiado.
¿Y qué ha cambiado? Después de la pandemia del coronavirus el mundo no es el mismo, la sociedad ha cambiado y por supuesto, nosotros también. Con el COVID-19 han cambiado nuestros hábitos, nuestras rutinas, nuestras prioridades, nuestra manera de relacionarnos con los demás, nuestro ocio, y por supuesto, esto ha afectado nuestras emociones. Hay un antes y un después del coronavirus en nuestra vida, los acontecimientos que hemos vivido han producido en nosotros un choque emocional muy intenso que ha dejado una huella en nuestro subconsciente.
Las peores consecuencias de la crisis del coronavirus las sufren los que han pasado por una situación traumática, como el personal de salud, que han estado sometidos a mucho estrés, tomando decisiones dramáticas, o las personas que han estado hospitalizadas temiendo por su vida, o por supuesto, los que lamentablemente han perdido a un ser querido.
Un trauma se define como una experiencia que constituye una amenaza para la integridad física o psicológica de la persona, que se relaciona con vivencias de confusión, hipervigilancia, desconcierto, desapego, etc. Y ahora, tras experimentar esas vivencias, sentimos que no tenemos fuerzas, que no sabemos por qué estamos más irritables, nerviosos, deprimidos, desconectados de los demás o incluso de nuestras propias emociones, y nos preguntamos ¿qué me pasa?
Bajo estado de ánimo o depresión: durante este tiempo nos ha invadido la pereza, la apatía, la tristeza, y hemos notado como poco a poco nuestra motivación baja, deteriorando nuestro estado de ánimo. Y ahora que podemos salir, no nos apetece, solo queremos estar en la cama sin hacer nada. Nos sentimos sin fuerzas, sin ganas de nada, y el sentimiento de tristeza nos invade, llegando incluso a poder sufrir una depresión.
Ansiedad y angustia: no saber qué pasará, tener la sensación de no controlar nada, problemas para conciliar el sueño, incertidumbre frente al futuro, etc. Esto nos ha generado un estado de ansiedad que no somos capaces de gestionar.
Miedo al contagio y fobias: ¿y si salgo a la calle, y me contagio? El miedo es una respuesta adaptativa ante una situación de peligro, pero si dejamos que se adueñe de nosotros, llega a dominarnos, y lo que podía ser un agradable paseo por el parque, se convierte en una experiencia a evitar. Y una vez finalizado el confinamiento, el miedo al contagio continúa, porque, aunque de manera escalonada, volvemos a la calle, retomamos nuestra esfera social y sin darnos cuenta, evitamos esas situaciones por el miedo al contagio, pudiendo llegar a sufrir lo que se está denominando «el síndrome de la cabaña».
Trastornos obsesivos: nos hemos vuelto más precavidos, más higiénicos, pero, ¿ello domina nuestras rutinas o simplemente, es algo que hemos incorporado a nuestra vida? Un trastorno obsesivo se caracteriza por la aparición de pensamientos recurrentes sobre algo, ligado a un comportamiento que se tiene la necesidad de repetir una y otra vez. Esos pensamientos son incontrolables y llegan a crear ansiedad, angustia, miedo. Es aquí, donde esas conductas de precaución, que nos sirven para protegernos, se convierten en conductas obsesivas que invaden nuestra vida.
Duelo: el duelo es una respuesta normal y saludable frente a una pérdida de alguien o algo importante para nosotros, pero si esa pérdida ha sido inesperada, traumática, sin despedida ni un ritual, de la noche a la mañana, se multiplican las posibilidades de que ese duelo no se desarrolle de manera saludable. Y, en este caso, hemos vivido situaciones en las que la pérdida de nuestros seres queridos se ha producido de manera extraordinaria, así que, si la muerte de un ser querido es algo doloroso y difícil de gestionar, todavía lo es más si se dan circunstancias adversas como las vividas.
Trastorno de estrés postraumático: es natural sentir temor ante una situación traumática o después de ésta, es una respuesta de protección, pero si este estrés psicológico se ve mantenido en el tiempo incluso cuando el peligro no está presente, se puede convertir en un problema para el desarrollo de nuestro día a día. Volvemos a revivir experiencias desagradables, evitamos situaciones, lugares, objetos que nos recuerdan esa experiencia, nos mantenemos hipervigilantes, nos sobresaltamos con facilidad, e incluso tenemos dificultad para recordar el hecho traumático, pensamientos negativos sobre nosotros o el mundo, sentimientos distorsionados de culpa, etc.
Problemas de sueño: tanto tiempo sin salir a la calle, sin disfrutar de la luz del sol, sin darle a nuestro organismo la actividad que necesita, ha provocado problemas de conciliación y mantenimiento del sueño, que repercuten en otros ámbitos como el cansancio excesivo, la falta de atención y memoria, dolor de cabeza, trastornos en la alimentación, etc. Por lo que es necesario retomar una buena higiene del sueño.
Problemas familiares: es posible que el tiempo en familia haya dejado en un segundo plano tus necesidades, tu intimidad, que esas conversaciones que antes se terminaban en 5 minutos, ahora terminan en discusión, o que esa dinámica familiar que funcionaba bien, ahora ya no es tan fácil de llevar. Hemos pasado mucho tiempo en familia, muchas horas compartidas, a las que, quizás, no estábamos acostumbrados y la convivencia se ha terminado resintiendo.
Deterioro en la relación de pareja: más tiempo juntos que se ha convertido en más discusiones juntos. Dudas surgidas ante situaciones nuevas de estrés. Todos esos detalles que antes me encantaban de mi pareja, cada vez me van molestando más, y no entendemos el porqué. O esa distancia a la que no estábamos acostumbrados y que hemos tenido que vivir forzosamente al pasar cuarentenas en hogares distintos, se han convertido en kilómetros de separación y ha dejado una herida en nuestra relación, e incluso, en algunos casos, pasar tantas horas juntos ha hecho florecer asperezas y roces con mayor facilidad en la pareja, y la imposibilidad de evadirnos de esa situación ha favorecido el aumento de la tensión familiar, terminando en ocasiones en separación o divorcio.
La situación ocasionada por el virus ha cambiado muchos de los hábitos que tenían nuestros niños y jóvenes anteriormente, lo que, en muchos casos se ha tornado estresante, agobiante y difícil de gestionar.
Muchos niños están comenzando a tener pesadillas, miedo al virus, fobia a salir a la calle o síndrome de la cabaña, e incluso están desarrollando tendencias obsesivas de limpieza por el miedo a contagiarse.
En el caso de los adolescentes nos podemos encontrar ante dos tipos de afrontamiento:
Uno en cual toman responsabilidad, actuando de manera proactiva y manejando la situación de una forma totalmente madura, y otro, en el que se anclan en una conducta más infantil y egocéntrica, incluso llegando a realizar conductas de riesgo.
Estas y otras muchas consecuencias psicológicas son a las que nos vamos a enfrentar a partir de ahora, por lo que el autocuidado, mantener nuestras rutinas, seguir unas pautas y muchos otros aspectos, van a ser esenciales para volver poco a poco a nuestra normalidad, pero si, además, has vivido una situación traumática, es esencial que te pongas en manos de un profesional.
El COVID-19 ha puesto de manifiesto lo delicado de nuestra salud mental y la importancia del cuidado de nuestra salud emocional. Si sientes que esta situación excepcional que hemos vivido, y, por desgracia, seguimos viviendo, te ha afectado emocionalmente, aquí estoy para ayudarte.